Tiendo a ser una persona bastante soñadora. Me gusta mirar la vida con entusiasmo, con intriga, con curiosidad. Esto me ha llevado a cuestionarme con frecuencia cómo sería verla a través de los ojos de otras personas. Solía decir que me gustaría poder tener la oportunidad de vivir muchas vidas diferentes. Así podría probrar cómo sería ser, por ejemplo, actriz, cantante, pintora o bailarina. Ser experta en tiro con arco, una excelente jinete, dominar un arte marcial o hablar muchos idiomas. Nacer en pueblos pequeños o en grandes ciudades, en diferentes países y continentes y, sobre todo, poder compartir mi historia con la de muchísimas personas.
No deja de ser un anhelo de búsqueda el querer adquirir todas esas vivencias. Experimentar, aprender, acumular… ¿qué estoy persiguiendo realmente? He terminado identificándolo como una falta de apreciación de mi propia vida. Debo confesar que vivir varias vidas todavía me parece algo muy tentador, pero me he dado cuenta de que, poco a poco, han ido perdiendo fuerza esos desmedidos momentos de idealización y ensoñación por lo desconocido. Se han visto reemplazados por una creciente satisfacción con mi día a día.
Pienso que apreciar la calidad de nuestra vida y visualizar su potencial no es sencillo. Gran parte de la sociedad se empeña en convencernos de que tiene muchas carencias y mucho que mejorar. Ese es parte del funcionamiento del mercado, encontrar nuevas necesidades en las personas, antes innecesarias o inexistentes y convencernos de que son imprescindibles en nuestras vidas para ser felices. Al potenciar el descontento y la insatisfacción se incrementa aún más nuestro insaciable consumo. Con frecuencia, presas de nuestra vulnerabilidad cedemos una vez más ante este chantaje emocional y comercial.
Con toda esta cantidad de distracciones y direcciones equívocas, parece ser todo un logro mirar con orgullo tu recorrido y estar expectante de tu futuro. Una sabia persona me ha repetido una frase a lo largo de los años que intento tener presente: “lo mejor siempre está por llegar”. Sin embargo, yo añadiría que hace falta la fe para darle poder. A las frases hay que darles poder. Lo mejor siempre está por llegar si realmente queremos que llegue, tenemos que permitir que llegue. Como con tantas cosas, tiende a ser mucho más sencillo de lo que aparenta. Se trata de tomar una decisión. Decidamos pues, aquí y ahora, que nuestra vida sea apasionante y sin duda lo será.
Estas son algunas de las cosas que yo estoy poniendo en práctica desde que decidí que iba disfrutar plenamente de mi vida:
– Ilusiónate, maravíllate, sorpréndete: seamos niños de nuevo ¿No es fascinante cómo ven los niños el mundo? Viven el momento presente al máximo. Aprendamos de su ejemplo y recordemos qué era lo que nos inspiraba cuando éramos pequeños.
– Potencia tu curiosidad: cuestionémonos todo, que siempre nos acompañe un porqué. La vida es tan sumamente maravillosa que hay un sinfín de cosas por descubrir y de todo se puede aprender. Sin cerrar las puertas a nada, escojamos aquello que mejor se adecúe a nosotros mismos.
– Aviva lo que te ilusione: ¿qué cosas hacen que se te revuelva el estómago de la emoción? ¿Qué hace que se te ponga el pelo de punta del entusiasmo? Si no has experimentado nada así, ¿qué te hace sentir el mayor regocijo? Estáte atento o atenta a estas sensaciones y decide invertir más tiempo en aquello que te hace sentir tanta vivacidad.
– Detecta tus puntos débiles: todos tenemos malos hábitos que absorben nuestra energía. Si estamos atentos, son fáciles de identificar. Simplemente descúbrete cuando no te sientas bien y pregúntate por qué. El sentirse mal es ya un gran indicativo de que hay algo que mejorar y aprender en ese aspecto de tu vida.
– Trátate con cariño: somos dolorosamente críticos con nosotros mismos. Esa dura voz condenatoria que ruge ante el mínimo error nos acompaña día sí y día también. Si tu mejor amigo o amiga acudiese a ti con la misma duda o problema, ¿le hablarías del mismo modo? Cuando siento la presencia de la negatividad en mí, recuerdo a aquellas personas que más quiero y cómo me dirigiría a ellas bajo esa circunstancia. Intento aplicar el mismo diálogo conmigo misma.
– Celebra tus victorias: somos muy críticos con nuestros errores y demasiado reticentes a reconocer nuestros éxitos. Nos merecemos celebrar el trabajo bien hecho. Cada paso, por pequeño que sea, merece ser festejado. No te cortes lo más mínimo en aplaudirte.
Estoy segura de que si todos decidiésemos que nuestra vida fuera apasionante, el mundo sería un lugar mucho mejor. Ojalá estos consejos os sirvan tanto como me han servido a mí.