Hacía mucho tiempo que no ponía un pie en un centro comercial. Tiendo a evitarlos porque en ellos me siento fuera de lugar. Experimento una mezcla de incomodidad y tristeza al encontrarme con un consumo desmesurado por doquier. Productos perjudiciales para la naturaleza, para las personas y para el propio individuo que los consume. Un entorno diseñado para atraer al consumidor hacia un desenfreno de compras de, probablemente, artículos innecesarios. Productos de una calidad más que cuestionable por el mero objetivo de fomentar su reemplazo en el menor tiempo posible, siguiendo fielmente el legado de la obsolescencia programada, introducida a mitad del siglo XX. Se fomenta la cantidad y se desestima la calidad. CUESTIONARSE EL MOTIVO REAL DE NUESTRAS COMPRAS Lo que más congoja me provoca, es que la poca humanidad que disponen estos lugares está desapareciendo. La falta de interacción humana es buscada para incrementar la siempre mejorable e insaciable…
Que alguien la dibuje
Por favor, que alguien la dibuje, que alguien la componga, que alguien la inunde de color, que alguien su melodía escoja. Que alguien atreva sus pasos a bailar, que alguien atreva su música a entonar, que alguien atreva su voz a resonar, que alguien atreva su verdad a expresar. Y en el nuevo día a empezar, al fin podría atreverse a pronunciar, ¿quién la vida mía se atrevería a mostrar? ¿Quién podría, si no es mi soñar?
Pluma
Toda mi melancolía se fue al posarse una pluma sobre mis manos. En el centro justo se colocó invitando a la ternura a cerrar el puño. La vida sentí en ella, pues así vino a recordármelo, para que con delicaleza la soplase a ella y a un millón de sueños.