Aprender a confiar

Las personas. Enormes mundos de infinitas posibilidades. Tan diferentes y tan parecidas a la vez. Distintas en la apariencia, idénticas en la verdad. Parecen entrenadas para detectar esas superfluas disparidades exteriores entre ellas para así ante el mínimo indicio dar media vuelta e irse por otro camino. ¿Por qué hemos aprendido a establecer tan rápido juicios de los demás? ¿Por qué la regla ha pasado a ser la desconfianza? Da la sensación de que nos encontramos en un inconsciente pero constante estado de alerta. Tenemos miedo de que nos hagan daño, tenemos miedo de sufrir. Eso deriva en que nos cueste más confiar, mostrar nuestro lado más vulnerable, ese que realmente nos hace humanos.

Dicen que cada vez carecemos más de la habilidad de establecer relaciones de calidad. No creo que esté muy desorientada al señalar de nuevo al mismo origen. El miedo. Ese destructor de confianza, de lazos humanos, del mundo en general. La gran mayoría hemos orientado nuestras vidas en un radio en el que no hay mucha más cabida que nosotros mismos y nuestros seres queridos. Es raro encontrarse con alguien que decida levantar la cabeza y mirar más allá, hacia el horizonte. Allá donde podemos encontarnos con el inicio del sentimiento de comunidad, de unión, de cooperación, de compasión, de gratitud. Tenemos demasiado miedo por nuestra propia integridad como para alzar la mirada e incluir esas nuevas vistas en nuestras vidas.

Pero cuando te atreves a abarcarlas, cuando las haces parte de tu día a día, todo pasa a ser muchísimo más hermoso. Ya no observas a los vecinos, a los compañeros de trabajo o a la gente que pasea por la calle con los mismos ojos. Independentemente de que apruebes o no sus acciones, decides no verlos más como competidores, sino como personas con las que puedes cooperar y de las que seguramente tienes mucho que aprender. Personas que también tienen inseguridades, preocupaciones y desafíos. Personas que, al igual que tú y que yo, lo hacen lo mejor que pueden.

Cuando esperas siempre lo mejor de los demás, te das cuenta de que miras a través de unos cristales de curiosidad, de interés, de comprensión, de aprendizaje y de humildad. Experimentas unas fervientes ganas de llegar a lo más hondo de cada persona, descubrir qué es lo que la hace auténtica, conectar con su lado más humano. Al jugar con el tiempo con estas nuevas emociones te descubres adquiriendo una sorprendente revelación. El rechazo que sientes hacia los demás ha encontrado siempre su origen en tu persona, en partes de ti que aún te cuestan aceptar o quizás en acciones del pasado que todavía acarreas contigo a cuestas. ¿No es maravilloso que al perdonarte hayas perdonado en ese mismo instante a los demás?

La belleza que ves en mí es un reflejo de ti.”

Rumi.

Cuanta más belleza encontremos en nosotros mismos más belleza encontraremos en los demás. En el momento en el que nos sintamos preparados para integrar este poderoso cambio, recibimos uno de los mayores regalos de la vida: libertad. Nos liberamos de ese pesado bagaje de miedo y desconfianza, quedando apartado a un lado para dar cabida a emociones mucho más acordes con nuestra auténtica naturaleza, emociones relacionadas con el amor. 

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