Black Friday

Realmente de negro tiene mucho, parece que el nombre le haya sido puesto a propósito. Dicen que el término se originó en Filadelfia por la gran masa de gente que acudía a comprar el día siguiente de acción de gracias y a que los números de los establecimientos “pasaban de rojos a negros” por las ingentes compras de este día. No obstante, creo que el negro del viernes negro le pega mucho más por otros aspectos, aspectos que radican mucho más en las consecuencias que tiene el aparentemente inofensivo hecho de consumir.

¿Por qué es tan negro el viernes negro?

Vacío. Agujero negro. Destrucción. Estos son algunos términos en los que encuentro una gran similitud para lo que considero la identidad del viernes negro. Tres calificativos, tres problemas mundiales. Voy a explicar uno a uno: nosotros, los otros y la naturaleza.

Vacío: nosotros

Tenemos demasiadas cosas. Ahora incluso se ha empezado a popularizar un nuevo negocio: ¡las empresas de almacenes! Cada vez que encuentro otro anuncio de este tipo me horrorizo. Parece ser que han visto la luz por la creciente necesidad de dejar en buen recaudo las cosas que ya incluso no caben en nuestro propio hogar. Creo que es un buen indicativo de que algo no está yendo bien. ¿No es irónico? Todo está lleno de cosas, pero al mismo tiempo todo parece tan vacío… 

No solo consumimos sin control y medida, sino que la mayor parte de los productos que demandamos no les damos utilidad con excesiva rapidez, y encima los almacenamos, esperando que llegue el día en el que quizás sí podamos encontrarles un uso. Disponer de tantas cosas no sólo nos impide apreciarlas y valorarlas como es debido, sino que nuestro tiempo se ve obligatoriamente repartido para disfrutarlas y atenderlas a todas, causando agobio y estrés. Al final, ¡nuestras cosas se acaban convirtiendo en una carga y sentimos la necesidad de deshacernos de ellas!

Quizás sería interesante darnos cuenta de que el dinero es una herramienta, pero que con lo que realmente estamos pagando las cosas que compramos es con nuestro tiempo. Ese valioso tiempo que has invertido trabajando para ganar ese dinero, es tiempo de tu vida, tiempo vital. Si aplicamos esta visión cada vez que vayamos a comprar quizás nos cuestionemos mejor si nos merece la pena. ¿Y si invirtiésemos ese dinero en algo que nos llenase, que nos fascinase? ¿Y si con ello compartiésemos experiencias maravillosas con alguien importante para nosotros? 

Una sabia persona me recuerda con frecuencia cuánto le agrada la palabra “simplicidad”. Siempre me dice: ¡hazlo simple! Ahora yo lo aplico al consumo, ¡simplifiquemos nuestra vida! Valorar nuestro dinero es valorar nuestro tiempo, y valorar nuestro tiempo es valorar nuestra vida, valorarnos a nosotros. Por favor, empleemos nuestro tiempo con sabiduría.

Agujero negro: los otros

¿Y se puede saber quiénes son los otros? Pues son todas esas manos por las que han pasado ese producto que has comprado. Al fin y al cabo, vivimos en un mundo enormemente globalizado, nunca antes en la historia de la humanidad hemos estado tan conectados. Eso hace que cada material, elemento o componente que forme parte de nuestras compras hayan sido trabajados por un gran número de personas diferentes, incluso de distintos países. Pero, ¿y cómo han sido las manos de esas personas que han fabricado tu nueva o próxima adquisición? ¿Eran manos felices? ¿En qué condiciones trabajan? ¿Cobraban un sueldo digno? ¿O acaso se estaban vulnerando sus derechos? 

Desgraciadamente esto está más que a la orden del día, y afecta a millones de personas en todo el mundo. Al no disponer de mejores oportunidades en las que apoyarse para ganarse sus vidas, aceptan trabajos que violan hasta la propia dignidad humana. Aunque no sea algo agradable de leer, estamos favoreciendo que su circunstancia permanezca así o incluso empeore gracias a nuestras compras. Con tanta demanda de consumo de productos a bajos precios estamos condenando a estas maravillosas personas a un agujero, un agujero negro, lógicamente sin salida. Debemos recordar que también son seres humanos, y que lo único que las diferencia de nosotros es que han nacido en unas condiciones diferentes y en un lugar diferente, nada más ni nada menos. Su tiempo y su vida son de exactamente igual valor que los nuestros.

Al final son estas personas las que están pagando el verdadero precio de nuestras compras baratas, con sus condiciones de vida, no lo olvidemos. Normalmente rara vez estamos pagando un precio justo, y esto, sin lugar a duda, no puede considerarse justo para nada ni para nadie, ni si quiera para nosotros mismos.

Destrucción: la naturaleza

Para establecer un juicio más realista sobre el impacto del consumo ciego sobre el entorno, debemos recordar que ya hemos superado hace unos pocos meses el límite de recursos de planeta para toda la población mundial, ¡y nos empeñamos en seguir hipotecando los recursos de la Tierra!

Todo producto requiere materias primas para ser elaborado, naturalmente extraídas del medio natural. A su vez, estos elementos serán modificados en la cadena de producción pasando de un producto a otro, necesitando para ello energía, agua o compuestos químicos, entre tantos otros recursos. Esto genera productos de desecho de variable peligrosidad, que normalmente acaban en el medio ambiente al no ser depurados o tratados correctamente, contaminando los ecosistemas y perjudicando la salud de las personas. Por último, es necesario transportar tanto las materias primas, los elementos necesarios para la fabricación del producto y el propio producto en cuestión con la consecuente emisión de gases de efecto invernadero, fomentando en última instancia el cambio climático.

La verdad es que dependemos íntegramente de la salud del medio ambiente para subsistir. Aunque lo que nos motive protegerlo generalmente sea una inquietud egoísta de supervivencia, deberíamos plantearnos seriamente nuestra relación con la naturaleza. Yo soy más partidaria de la postura en la cual el medio natural y cualquier forma de vida, tiene por sí misma/o un valor intrínseco único, incomparable e irrepetible. No deberíamos necesitar nada más como motor de razón para fomentar su conservación. No obstante, dada la situación de la crisis ecológica actual, debemos dar pasos de gigante en dirección a una coexistencia mucho más consciente con el entorno y todos los seres vivos que conviven con nosotros. Si queremos ir más allá, incluso podemos llegar a verlo desde una perspectiva ética, ¡es nuestra responsabilidad! No deja de ser cierto que estamos destruyendo la naturaleza con el consumo de la población mundial, estando el nuestro propio, por supuesto, incluido.

Siempre mantengo y defiendo que tengo una fe inquebrantable en el buen ser del ser humano, y a pesar de la connotación negativa que pueda parecer que tiene este artículo, ésta no ha cambiado lo más mínimo. Simplemente quiero exponer una llamada de atención clara y directa sobre los problemas que ocasionan el consumo desmesurado y acciones como el Black Friday, cargar un poco el peso de la responsabilidad de nuestro propio consumo sobre nuestra espalda y que reflexionemos acerca de la conexión que estamos manteniendo con nosotros mismos, los demás y la naturaleza. No me cabe la menor duda de que si gran parte de la humanidad llevase a cabo esto último, haríamos del mundo un lugar mucho mejor. 

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