Consumo de emociones

Hacía mucho tiempo que no ponía un pie en un centro comercial. Tiendo a evitarlos porque en ellos me siento fuera de lugar. Experimento una mezcla de incomodidad y tristeza al encontrarme con un consumo desmesurado por doquier. Productos perjudiciales para la naturaleza, para las personas y para el propio individuo que los consume. Un entorno diseñado para atraer al consumidor hacia un desenfreno de compras de, probablemente, artículos innecesarios. Productos de una calidad más que cuestionable por el mero objetivo de fomentar su reemplazo en el menor tiempo posible, siguiendo fielmente el legado de la obsolescencia programada, introducida a mitad del siglo XX. Se fomenta la cantidad y se desestima la calidad. 

CUESTIONARSE EL MOTIVO REAL DE NUESTRAS COMPRAS

Lo que más congoja me provoca, es que la poca humanidad que disponen estos lugares está desapareciendo. La falta de interacción humana es buscada para incrementar la siempre mejorable e insaciable productividad. La poca conciencia que puede traernos el consumo, es a través de la calidez y la cercanía humana. Si esta desaparece, no seremos más que robots a la deriva de nuestros bolsillos. Pero merece la pena, ya que es por el bien del negocio– pueden decirnos. Por el bien de una economía que nos promete de todo, hasta una cercana hecatombe social y ecológica – podemos argumentar. Pero siempre existe tiempo para comprar, incluso en circunstancias de profunda crisis. Aunque esta adicción pueda no ser tan evidente como otras, su finalidad termina siendo la misma: sosegar nuestras almas inquietas por un vacío que solo se ha sabido llenar de esa manera, comprando. 

Observo a las personas que acuden a consumir. Acarrean dos, tres, cuatro bolsas llenas de nuevos artículos. ¿Cuánto les durará la euforia de las nuevas posesiones? El propio acto de comprar se ha transformado en una transacción veloz que nos hace sentir por un momento, poderosos. Nos gusta pensar que nos podemos permitir esa cantidad de ropa, ese nuevo producto electrónico, ese objeto decorativo para nuestro hogar, aunque no necesitemos nada de eso. Al fin y al cabo, hemos trabajado duro y nos merecemos algún que otro capricho. Con eso nos consolamos, nos sentimos bien por unos instantes. Uno termina por no saber diferenciar si realmente consumimos el producto o si bien consumimos las emociones que hay detrás de su compra. 

LA IMPORTANCIA DE LOS LAZOS HUMANOS EN NUESTRAS VIDAS

Las tiendas están perfectamente diseñadas para que el consumidor pase el máximo tiempo posible en ellas. Para que adquiera cuantos más artículos mejor. Resulta casi imposible no sentirnos atraidos por las numerosas ofertas, colores y opciones que se exponen a nuestro alrededor. Pero también interesa que el consumidor sienta que es autosuficiente, que disponga del control para tomar sus propias decisiones. ¿De qué sirve compartir algunas frases incómodas e innecesarias con el trabajador de turno cuando te puedes valer por ti mismo? Los negocios intentan poco a poco apostar por la tecnología y librarse desesperadamente de cuantos más empleados mejor. Ahora en muchos sitios ya no se paga a la persona encargada de la caja. Pagas a una máquina y ésta te devuelve el cambio. ¿Para qué disponer de tiempo humano, de conversaciones de calidad? No interesa la plenitud de los momentos y el valor de las interacciones humanas. Pocos son los que las echan en falta. Más bien suelen resultar molestas. Hay que hacer las cosas de manera rápida y eficaz, por el bien del negocio, por el bien del país, por el bien de la economía. No hay tiempo para conocer al maravilloso ser humano que hay detrás. En un mundo que solo entiende de beneficio económico, los vínculos han pasado a un segundo plano.

EL IMPACTO EN LOS DEMÁS Y EN EL MUNDO AL CREAR CON AMOR

¿Recordáis la hermosa sensación de pagar con el corazón a una persona o a un negocio que te ha ofrecido un servicio espléndido? ¿Tanto que el recuerdo de la experiencia queda impregnado en tu memoria para siempre? ¿Acaso eso puede tener precio? Si nos disponemos a buscar, ¿cuántas personas todavía pueden decir que trabajan con el corazón? ¿Cuántas más allá del dinero pretenden ayudar y transmitir valor a los demás, al mundo? “Se ha hecho con amor”- decimos cuando probamos un exquisito plato casero, cuando compramos una prenda bellísimamente bordada, cuando escuchamos a alguien cantar con pasión. Sea cual sea el producto, si se ha hecho con amor, se nota. Porque transciende a la materia en sí misma hasta convertirse en un vector de emociones. Puedes sentir el mimo, el esfuerzo y el cariño de aquello que le ha dado vida. Y eso se valora, ¡vaya si se valora! Porque todo eso es tiempo, y todo tiempo es vida. Al final, somos los afortunados herederos del tiempo materializado de la vida de otras personas. Pero, si el mayor objetivo es económico, ¿acaso queda cabida para crear y recibir con amor? 

CUIDAR CON CONCIENCIA DE LAS POSESIONES MATERIALES

Podemos caer en el error de pensar que toda la responsabilidad del consumidor cesa tras comprar algo, aunque sea de manera inconsciente. Pero si indagamos en la relación que establecemos con los objetos que adquirimos, descubrimos nuevos frentes para ejercitar nuestra conciencia. Hace poco tiempo leí un libro donde se explicaba una creencia japonesa que asegura que la divinidad se encuentra también contenida en los objetos materiales. Es una elegante manera de recordarnos el valor de las cosas, de tener respeto por su existencia aunque sigamos considerándolas nuestras posesiones. ¡Qué amenazado se sentiría el espíritu consumista si tuviésemos el valor de enamorarnos de todo lo que tenemos! Personalmente, de forma natural no he cuidado de mis cosas como era debido. He tenido que aprender poco a poco y todavía sigo adaptando el hábito en mi mente. Un truco que aplico para estar más presente y tratarlas con más atención y cariño es imaginarme que tienen un gran valor emocional para mí, como si las hubieran hecho a mano mis seres más cercanos. Cambiar nuestra relación con nuestras posesiones materiales es un regalo para nuestra alma y para el planeta. De esta manera honramos la vida de esas personas que han participado en su creación y nos sentimos agradecidos y gozosos con lo que tenemos aquí y ahora. Sin pedirle nada más a la naturaleza, sin esperar nada más del mundo. 

PEDIR PERDÓN Y ACTUAR CON RESPONSABILIDAD POR NUESTROS PRIVILEGIOS

Y aquí me encuentro de vuelta en el centro comercial. Me cuesta reconocer a mi antigua yo, cuando acudía a comprar dirigida por impulsos de los que difícilmente era consciente. No soy la misma persona. Ahora algo se retuerce en mi pecho cuando entro en una tienda de ropa. Mientras la persona a la que acompaño se dedica a mirar prendas y a escoger, yo invierto mi tiempo en leer las etiquetas. Una vez más, confirmo que el nombre de los mismos países de origen se encuentran escritos en ellas. Me pregunto cómo será la vida de las manos que crearon esta camiseta de verano tan barata. Me pregunto cuánto les corresponderá si el precio es tan insultantemente asequible. Me pregunto cuánto tiempo dedicarán a trabajar, en qué condiciones lo están haciendo, si han podido ser felices alguna vez. Me pregunto si disponen de tiempo para disfrutar con sus familias. Me pregunto cuáles serían sus sueños de la infancia, antes de convertirse en mano de obra barata para el insaciable consumo del mundo. Me pregunto qué habría sido de ellos si no hubiese sido así su destino, si hubiesen tenido la oportunidad de expresar el inmenso valor humano que llevan dentro.

Me gustaría poder decirles que lo siento, que yo también caí en la trampa, pero que de alguna manera he empezado a darme cuenta. Me gustaría decirles que pienso en ellos y que intento honrar sus vidas con mis valores y las acciones de mi día a día. Me gustaría decirles de corazón que haré todo lo posible para que su sufrimiento no haya sido en vano. Me gustaría decirles que las personas que favorecen su esclavitud comprando estos productos no son malas. Les diría que no les juzguen, porque no conscientes de lo que hacen. Les diría que, a pesar de todo, nunca pierdan la fe en los demás, pues todos tenemos el potencial de abrir los ojos y de hacer del mundo un lugar mejor. Terminaría diciéndoles que hay muchas personas ahí fuera que piensan en ellos y que luchan con ilusión por hacer las cosas bien. Que el sufrimiento es muy patente, pero la luz aunque disimulada para ojos no entrenados, crece día a día a su alrededor. Solo es necesario disponer de la fe suficiente para poder ver.

Soñar es gratis y necesario

Quizás no haya sido del todo mala idea acudir a un centro comercial y revivir estas emociones. Nunca me he sentido cómoda al huir, ni siquiera del dolor. Dar la espalda a la realidad no va a ayudarme a crear el cambio en mi misma que deseo despertar. Enfrentarme me inspira a seguir creyendo en mi manera de soñar el mundo y a dirigir mis pasos hacia ella. Ese es mi más sincero deseo, ser mejor y más humana para contribuir a crear una realidad bella para todos. Sigamos imaginándola hasta confundirla con nuestros sueños.

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