Hacer del sufrimiento tu mejor lección

Cuando amas a algo de corazón, siempre tienes que aprender a lidiar con el miedo a perderlo. Esa fuerte conexión una vez establecida no sale barata, pagas un alto precio emocional. Me recuerdo pequeña leyendo libros de animales en peligro de extinción como el buitre negro, la foca monje, el quebrantahuesos o el lince ibérico. Las últimas páginas de esos libros estaban acompañadas con invitaciones a la ayuda, se podían observar imágenes de personas trabajando para su conservación. Yo me perdía entonces en mi imaginación, soñando que yo era también uno de ellos y me dedicaba en cuerpo y alma a proteger a esas maravillosas criaturas. También recuerdo la impotencia que sentía en muchas ocasiones, mi miedo de que desapareciesen y fuesen olvidados, que no hubiese dado tiempo a reconocer su grandeza como es debido. Fruto del cúmulo de esas lecturas escribí una carta al presidente pidiéndole por favor que trabajase duro por evitar que se extinguiesen, que hiciese todo lo posible por evitarlo. 

No solo la desaparición de las especies me obsesionaba. Una verdad incómoda de Al Gore me acercó con más intensidad a la pérdida de la vida y a las amenazas de nuestro planeta. Un día en medio de clase de ciencias naturales se me ocurrió preguntar al profesor si los osos polares se iban a extinguir debido al cambio climático. Me sentí decepcionada cuando no solo ninguno de mis compañeros sino tampoco mi profesor tenían conocimiento alguno sobre el tema. Ese día me volví a casa con otro motivo de burla de mis compañeros – “¡a salvar a los osos polares!”- junto con el avergonzado pensamiento de si había algo raro en mí por preocuparme e interesarme por estas cosas.

La fuerza y pasión que dispongo ahora mismo hacia la conservación de la naturaleza ha sido fruto en parte de la siembra de experiencias dolorosas por el camino. No siento más que gratitud hacia todas ellas, pues me han conducido a ser quien soy. Esa niña que sufría por la extinción de las especies sigue muy viva en mi, sigue sufriendo. Pero he aprendido a tornar ese miedo en acción. Se lo debo a ella y a todo lo que es importante para mí en la vida.

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